Como
español de sangre, nacido y crecido
en su historia cultural y en medio del fluir de una tradición
renovada pero permanente, y como italiano recrecido en sus ciudades
y universidades, desde las situadas en el milanesado hasta las
ubicadas en el Reino de las Dos Sicilias, siento que soy deudor
de la obra política, cultural e ideológico-religiosa
del gran emperador Carlos V. Creo que también lo sería
si mis cimientos vitales se encontrasen en los Países
Bajos, o aquí en Malta, isla vigía y vigilante
de tanta historia, grabados en sus tierras y en sus costas los
hechos y los pensares de inumerables centurias provenientes
de las dos orillas del Mediterráneo.
Si se me permite una analogía
diría que así como los europeos no podrán
olvidar nunca la cultura, la legislación, la fuerza
estructurante y unificadora del Imperio Romano, tampoco podrán
olvidar el doble proceso de unificación europea y,
paradójicamente, de acentuación de las distintas
naciones (o nacionalidades) de Europa. Pues bien: unidad y
diversidad, imperio y estados independientes deben mucho a
la evolución fáctica de la idea imperial del
gran Carlos V.
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La Europa de hoy, orgullosa de
sus tradiciones, agrupada en torno a un proyecto común
que va más allá de lo puramente económico,
cuenta entre sus precedentes con la obra de los primeros años
de la política imperial, especialmente los comprendidos
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Sigillo di Carlo V e
della madre regina Giovanna (c. 1 522.)
Seal of Charles V and
Queen Mother Joan (c. 1522)
Sello de Carlos V y
de la madre Reina Juana (c.152
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