y un mismo proyecto. Y además, decíamos, los límites
intrínsecos a la humanidad de Carlos V, borgoñón
de nacimiento y crianza y con el tiempo cada vez más
inclinado a Castilla; es decir un emperador que a parte de
tal se sentía rey de España y de Flandes, o,
mejor, de Flandes y de España. No obstante, y a pesar
de las simpatías mayores a favor de algunas áreas
del imperio sobre otras, no cabe duda de que la biografía
de don Carlos, y sus continuos viajes, lo distancian de otros
soberanos de la Edad Moderna, como Enrique VIII de Inglaterra,
Francisco I de Francia o de su mismo hijo Felipe II. 3
Su carácter, en fin, tiene
que ser tomado en cuenta a la hora del balance final acerca
de su idea imperial y de sus resultados. No cabe duda de que
don Carlos sufrió depresiones evidentes4,
desánimos inexplicables y desilusiones paralizantes,
junto a, y es verdad también, una voluntad de hierro
y a un sentido de la obligación como pocos monarcas
de su tiempo, más dados, como buenos ejemplares del
Renacimiento, a las fiestas y a las diversiones. A los 25
años comentó que se sentía ya viejo para
gobernar. Pudo ser el desahogo de un momento, pero en 1537
era aún muy joven para desilusionarse siendo todavía
el dueño de los dominios más extensos que hasta
entoces civilización humana había conocido.
Dos años más tarde (1539) cuando el 1 de mayo
la emperatriz moría después de haber dado a
la luz, muerto, a su quinto hijo, don Carlos no sólo
se encierra en el convento de San Gerónimo de Lisla,
cerca de Toledo, sino que sería acosado por los males
del alma, en este caso bajo la tentación de abandonarlo
todo5.
Cuando el deber le obliga de nuevo a cargar con la resposabilidad
imperial , Carlos V es un anciano prematuro, sofocado por
la gota y por los dolores. A partir de ahora vestirá
siempre de negro, espejo de los males del cuerpo y del espíritu.
Carlos V y el primer Renacimiento
Durante los primeros años del imperio
se
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despertó en Europa un movimiento cultural, el Humanismo
o Renacimiento, del que participaron, con sus ricas particularidades,
las naciones del continente. Movimiento que significó,
entre otras cosas, un cambio radical de perspectiva en todos
los campos del ser y del quehacer y, por supuesto, del saber.
La teología, la filosofía, la literatura, la
filología y las ciencias se transformaron en la intensa
dialéctica de cambio de siglo, en la conciencia de
una nueva era superadora de la Edad Media, y en una dialéctica
ideológica, que se extendió a la política
y a la religión, entre Reforma y Contrarreforma6.
La Europa de 1517-37 tiene ya planteados
los problemas ideológicos de toda la era imperial,
pero sin embargo Carlos V, en líneas generales y dependiendo
mucho de los consejeros de turno y del Papa reinante, se muestra
más tolerante, más conciliador ideológicamente
y menos súcube de los problemas caracteriales.
Como ha escrito Pierre Chaunu, modificando
de un lustro las fechas propuestas por nosostros, "entre
1532 y 1560 España rehusó la via media que había
seducido durante quince años, de 1517 a 1532, a una
fracción de élites [...]. De un modo algo más
simplista, cabrá decir que la sociedad de los estatutos
de pureza de sangre impuso su ideología a la élite
en un movimiento de abajo arriba. Sería también
exacto constatar que la raíz de este rechazo se deriva
de los retrasos acumulados en el plano de la historia intelectual
de los siglos XIV y XV. Lo que le faltaba a la España
del siglo XVI era una parte de la lenta maduración
que preparaba, al nivel de la evolución del
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[3] El prestigioso
historiador de Carlos V Joseph Pérez abre su último
libro con la pregunta que nos ocupa: "
¿ fue su reinado el último destello de la Edad Media
o el primer esbozo de la modernidad?" . Para el ex-rector de
la universidad de Bordeaux la respuesta la encuentra, sin radicalismos
interpretativos, en la primera parte de la pregunta: " [No] parece
muy moderno el empeño que puso Carlos V, por lo menos hasta
1530, en reconstituir, entre Francia y el Imperio germánico,
una nación borgoñona que ya por aquellas fechas era
cosa del pasado. Lo mismo cabe decir de su concepción patrimonial
y dinástica del poder". Además los inmensos territorios
gobernados "nunca fueron sometidos a una administración
y una política comunes; cada uno de ellos siguió más
o menos su suerte como si fuera independiente". Por otra parte
hablar de imperio español tampoco tendría sentido en
cuanto los castellanos no se sintieron identificados con las empresas
de Carlos V. (Carlos V, Madrid, Temas de Hoy, 1999, pp. 9 y 11). Historiadores
alemanes como Peter Rassow, Karl Brandi sostuvieron que el emperador
siguió totalmente al canciller Gattinara en su proyecto de
restaurar, bajo el mando supremo y absoluto de Carlos V, la unidad
política del mundo cristiano. Por su parte Ramón Menéndez
Pidal intentó demostrar que la idea política de Carlos
V, aparte de tener raíces españolas, se concretaba en
dos principios: paz entre las naciones cristianas y oposición
tenaz contra los infieles. A este propósito J. Pérez
comenta que el emperador no pronunció nunca la palabra Europa
y sí la de cristiandad o res publica christiana, es decir una
unidad orgánica que procede de la comunidad de fe, pero que
deja casi intacta la soberanía de cada reino particular".
Sin embargo "dicha comunidad de fe tiene implicaciones intelectuales,
culturales y morales: una misma concepción de la vida inspira
a todos los que forman parte de esta comunidad por encima de las diferencias
y variedades nacionales o regionales. Se trata en realidad de lo que
hoy llamaríamos un área cultural o una civilización
que tiene sus caracteres propios" (op.cit., p. 63). Civilización
que, en el fondo, se extiende más allá de lo espiritual
y cultural. Y si esto es verdad también lo es que la idea imperial
no se identifica con monarquia imperial; es decir no existe homologación
conceptual entre un emperador super-partes y un soberano decidido
a catapultar una nación o dos naciones en detrimento de las
otras.
[4] Manuel Fernández Alvarez, Carlos V. Un hombre
para Europa, Madrid, Espasa-Calpe, 2000, p.52, y el ya clásico
manual de José Luis Comellas, Historia de España
moderna y contemporánea 1474-1965, Madrid, Rialp,
1972.
[5] En carta a su hermana María le confiesa:
Yo estoy con la angustia y tristeza que podéis pensar por haber
tenido una pérdida tan grande y tan extremada y nada me puede
consolar si no es la consideración de su buena y católica
vida y el muy santo fin que ha tenido.
(Carlos V a María. Toledo, 2-5-1539). No era para menos, pues
como ha escrito P. Erlanger, cuando la soberana se da cuenta de la
proximidad de su muerte se amordaza sola y llama a su Carlos para
tranquilizarle acerca de sus creencias en el más allá.
"La más bella soberana del mundo muere a los 37 años,
apretando entre sus manos un pequeño crucifijo de marfil y
los ojos puestos en su esposo [...]. Carlos se retira al monasterio
de San Gerónimo en Lisla, cerca de Toledo. Permanecerá
allí hasta el 27 de junio, apartado de los ruidos del mundo,
entregado a la oración y a la meditación. La tentación
de desprenderse de su carga lo acosa con fuerza. ¿Merecen los
mortales que se entable un combate del que, cediendo a viles pasiones,
ni siquiera comprenden el sentido?" (Carlos V, op. cit., p.36).
[6] Nos parece fundamental el tomo VI, coordinado por Valentín
Vázquez de Prada, de la Historia General de España y
América, del título La época de plenitud 1517-1598,
Madrid, Rialp, 1991. |
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