Pero la victoria no distrae de sus deberes al Gran Maestro y al Consejo. El asedio había demostrado la debilidad de las defensas y era necesario disponer tempranamente. No había que hacerse ilusiones. Antes o después los turcos regresarían para vindicarse de la punzante derrota sufrida y era necesario prepararse.
Desde la llegada a Malta, Juan de la Vallette había pensado edificar una gran
ciudad sobre el altiplano que domina la isla. Una idea que ahora finalmente podía realizar. El encargo de diseñar el proyecto fue confiado al arquitecto Francisco Laparelli da Cortona a quien el Gran Maestro concedió tiempo muy breve. El viejo soldado tenía prisa de poner su isla en condiciones de resistir el regreso del enemigo y contagiaba también sus ansias a sus más estrechos colaboradores.
Y solo pocos meses después, el 28 de marzo de 1566, en el curso de una solemne ceremonia, el Gran Maestro ponía la primera piedra de aquello que se convertiría en la ciudad que lleva aún su nombre. Ayudado de un compañero maltés. Gerosalmo Cassar, Francisco Laparelli hará de la capital de Malta un ejemplo de estilo arquitectónico. Surgen nuevos y espléndidos albergues para las diversas Lenguas, palacios e iglesias y, este éstas la Catedral de San Juan. Malta cambia de rostro: no es ya solamente la fortaleza de los Caballeros sino un espléndido monumento de arte y de fe. El apasionado cuidado de los Juanbautistas transformará una isla árida e inhóspita en una verdadera y propia joya que aún hoy suscita admiración. A la construcción de La Valletta seguirá la del nuevo borgo, el arreglo del puerto, la creación de jardines y además, potentes y elegantes foirtificaciones. Una obra de embellecimiento que será continuada a lo largo de dos siglos y que testimonia la continuidad de ideales y de propósitos entre los jefes de la Orden que poco a poco se van sucediendo.
Entre 1657 y 1660 el Gran Maestro Fray Martín de Redin refuerza las defensas con 14 torres y en los años que van del 1660 al 1680, los Grandes Maestros Rafael y Nicolás Cotoner hacen erigir un formidable complejo fortificado que será conocido como "La Cotonera". El Gran Arsenal de Italia será ordenado por el Almirante Girolano Salvago y cada Lengua contribuirá en la ornamentación y embellecimientio de su proprio albergue y en hacer más suntuosa su propia capilla en la Catedral de San Juan, cuyo pavimento, sepultura de la nobleza auropea, constituye una obra de gran valor artístico.
Regresando a la crónica, Juan de la Vallette, el heroico vencedor de Solimán, muere el 21 de agosto de 1568. En señald de luto, los astilleros se detienen por dos días: el tiempo justo para elegir al nuevo Gran Maestro. Es Fray Pedro del Monte de Piliere, de la Lengua de Italia., que ordena que se reemprenda de inmediato la construcción de la ciudad y con renovado empeño.
Y mientras en Malta hierven los trabajos, en el mar se continúa combatioendo. Los turcos recuperan muy pronto su osadía:ocupan Chipre y desde esa isla pueden amenazar fácilmente a tosos los estados ribereños. Una nueva insidia que sirve de estímulo a Pío V para convencer al rey de España que ha llegado ya la hora de afrontar con decisión al imperio otomano. Y nace una liga de la cual a más de España, forman parte la Santa Sede, el duque de Savoia, el granduque de Toscana, Génova, el Reino de Cicilia y la Orden de San Juan.
La batalla tiene lugar en las aguas de Lepanto el 17 de octubre de 1571. Guíados por Prior de Mesina, Fray Pedro Giustiniani, los Jerosolimitanos están presentes con tres galeras, pero numerosos Caballeros combaten en las naves españolas, pontificias, sicilianas y toscanas. Comanda la Armada don Juan de Austria, hermano del emperador español. Las naves del Papa están a las órdenes de Marcantonio Colonna, las de la Serenísima de Sebastián Veniero y de Agustín Barbarigo, mientras que sobre la almiranta de las naves genovesas se halla Juan Andrés Dorico. A esta fuerza se unirá la "Escuadra de los Aventureros". Una flota de naves armadas del proprio peculio de algunos gentileshombres deseosos de participar en la empresa. El comandante de la flota, don Juan de Austria confía esta escuadra al conde Vicente Marullo, un patricio mesinés notable por su valor y por su capacidad marinera, propietario de una de las galeras mejor armadas.
El encuentro es durísimo. el frente cristiano cuenta con 243 naves, mientras que en el turco forman 280. Lo comandan el Almirante Alí y el Virrey de Algeria, Ulluch Alí.
Sorprendido el enemigo en la madrugada, la flota cristiana avanza en el tradicional orden de batalla: una larga línea cuyo centro está comandado por Don Juan de Austria, el ala izquierda por Sebastián Veniero y por Barbarigo, la derecha por Andrea Doria. al centro, de reserva, sigue una escuadra a órdenes del Marqués de Santa Cruz. Delante de todos, ocho gabazar tienen la tarea de sostener el primer asalto. La flota turca se mueve, en cambio, en una sola línea, sin reservas ni vanguardia.
La primera fase del combate resulta favorable a las armas cristianas , pero un error de Doria arriesga comprometer el éxito final del encuentro. Temiendo ser cercado por las galeras de Uluch Alí, el genovés avanza hacia mar abierto dejando completamente descubierto el flanco izquierdo y creando un paso por el cual el almirante turco se introduce con todas sus naves, embistiendo el centro cristiano, todavía duramente empeñado.
Pero, cortando el camino, se encuentran en aquel sector las galeras de la religión, que a costo de grandes pérdidas y arriesgando ser capturadas o hundidas, logran bloquearles hasta la llegada de la reserva dirigida por el Marqués de Santa Cruz.
Impresionantes las cifras de la derrota musulmana: 100 naves capturadas, 130 han sido incendiadas o echadas a pique , veinticinco mil hombres muertos y ocho mil prisioneros.. Diez mil esclavos cristianos fueron liberados. Herido por cinco flechas, con sus manos todavía marcadas por la dureza de la batalla, Fray Pedro Giustiniani, Prior de Mesina, retorna a Malta el 3 de noviembre. Como botín de guerra lleva consigo dos naves y el placer de haber contribuído, por cuenta de la Orden de San Juan de Jerusalén, a otra victoriosa jornada de las armas cristianas.
Europa se alegra, pero a causa de celos banales, la liga no alcanza a disfrutar del suceso y se disolverá poco después. Chipre permanece en manos de los turcos: un error de Venecia y los caballeros lo pagarán más tarde a caro precio.
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