todo el Convento el 25 de abril de 1530, y embarcados para tomar posesión de Malta, se esperará antes de desembarcar a tener noticias del bailio Bosio sobre un provocado levantamiento de Rodas contra sus ocupantes turcos, que, de haberse producido, hubiera hecho modificar la derrota de la flota sanjuanista hacia el Mediterráneo oriental (5).

  Plenamente integrado y acorde con el sentido de la fidelidad se encuentra también el requisito general de no permitir que en los territorios cedidos «se haga jamás mal ni perjuicio, ni injuria a Nos, a nuestros estados, reinos y señoríos, ni a nuestros súbditos, ni a nuestros sucesores».

  Pero unos términos tan vagos, hubieran resultado inefectivos o susceptibles de interpretación abusiva por cualquiera de las partes, por ello, Carlos V, concreta, y al hacerlo, introduce de hecho una serie de auténticas condiciones contractuales de la cesión, de su propio interés, y no más o menos inherentes y obvias que las anteriores.

  Son concretamente tres, que pueden considerarse como auténticas cautelas para asegurarse que esa «fidelidad» no se pudiese ver afectada, dados los condicionamientos del momento histórico y no directamente destinadas a obstaculizar el normal funcionamiento de la Orden, sino la intervención francesa en su política.

  Se ha tildado, creemos que con razón, a todo el reinado de Carlos V como un conjunto de medidas de tipo defensivo, sin otra aspiración expasionista que las obligadas, ni más afán que el de vincular la corona imperial a la casa de Austria, convirtiéndola en hereditaria. Esta es pues una manifestación más de este aserto.

  Se ha querido ver en las condiciones impuestas un paso político más en su favor en el enfrentamiento franco-español que ya se atisba como crónico. Inevitablemente lo fue, pero en un contexto plenamente justificado, ya que la alianza francesa con el Turco había ya convertido la confrontación nacional en lucha

de bloques, y en esta lucha, la Orden, aunque intentaría por todas las maneras posibles permanecer al margen, sólo podía estar, al menos bajo la óptica imperial, en un bando concreto.

  En 1526 se tienen ya pruebas de la alianza que se iniciara inmediatamente después de Pavía, por la misión diplomática encabezada por Frangipani, y que se resiste a admitir el Papa, que necesita a Francia para contrarrestar el poder español en Italia, y se niega también a admitir la propia Orden, con un Gran Maestre francés (Villiers de l'Isle Adam), la mayoría de sus miembros pertenecientes a las lenguas francesas y con la mayor parte de sus rentas procedentes de posesiones situadas en dicho reino. Lo que obligará al Gran Maestre y a sus sucesores a conducir una dificilísima política, convenciendo al bando francés de aceptar la oferta sin parecer entrar en la órbita imperial por una parte, y a procurar vaciar de contenido las exigencias del contrato, salvando las formalidades.

  Las condiciones citadas fueron tres: la requisitoria judicial que venía a cuestionar su independencia en esta materia, el ejercicio del derecho de patronazgo sobre la provisión del obispado de Malta, que imponía una seria traba a la libertad y al necesario secreto de la deliberación política, y otra, tal vez menor en importancia, pero también significativa, que atentaba a la efectividad de la flota, colocando a su mando a un caballero de la lengua de Italia, es decir, a un súbdito imperial, o al menos a alguien en principio neutral.

  Las sospechas del Emperador se confirmarían plenamente con el tiempo, el tratado turco-francés se haría público en 1536 y la rendición de Trípoli de 1551 como consecuencia de avenencia entre su gobernador Gaspar de Villiers y el sitiador Sinán hay que contemplarla como una consecuencia fatal, para España desde luego, pero fundamentalmente para la seguridad y buen nombre de la Orden, de la entente franco-tur


[4] Al propio Gran Maestre Villiers ningún otro asentamiento le parecía comparable a Rodas. Sabba da Castiglione, su contemporáneo, afirma haberle oído exclamar: «ho perduto il fiore della Turchia, che valeva più che tutti li regni del mondo». Fra Sabba da Castiqlione. «Ricordi ovvero Ammaestramenti». Faenza, 1999, pag. 269.

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