un hábil golpe de mano se volviese a recuperar Rodas, lo que de hecho estuvo a punto de suceder. Para comprender lo inestable del acuerdo se hace necesario analizar someramente su génesis.

  Parece ser que la primera vez que se considera la ocupación de Malta por parte de la Orden tiene lugar en Mesina, donde, tras la breve estancia en la Candía veneciana, se recompone la flota escapada de Rodas el primero de enero de 1523. Esta base naval española, en continuo contacto con el archipiélago maltés, fue buen punto de observación donde los Caballeros pudieron constatar su excelente posición estratégica que, no sólo cierra el mundo mediterráneo cristiano, sino que, lo que en este momento pareció más relevante, constituía una magnífica plataforma desde la que lanzar la contraofensiva sobre Rodas, constituyendo además y mientras se realizasen los enormes preparativos, convocatorias generales, obtención de alianzas e incluso el acuerdo de una gran cruzada, una posición independiente y fácilmente defendible, sólo atacable por mar, y dotada de un puerto capaz para albergar su notable flota, a gran distancia de Estambul cuyo ataque se podía conocer con tiempo para prepararse, y fácilmente socorrible, militar y logísticamente, desde Italia y España.

  Estas primeras constataciones se completarán más tarde a través de diversos informadores especialmente remitidos que añadirán otra ventaja más: en la Isla hay poca agua y de mala calidad, pero las capas calcáreas la filtran y la almacenan en grandes concavidades naturales cuyos pozos se pueden fortificar y defender garantizando el suministro del asediado y cuestionando el del atacante.

  Los primeros contactos con Carlos V, su señor natural, resultan tan positivos, que cuajan en una oferta imperial concreta, pero que incluye una terrible connotación que podría distorsionar los planes de los sanjuanistas. Carlos pretende darles una nueva misión: la defensa Occidental, y hacerles olvidar su retorno a Rodas, incluyéndolos inevitablemente en su política. Nada de venta, ni de donación libre, ni de usufructo, sino feudo y dependencia que se irá suavizando, pero que presenta ya las características que acabarán resultando definitivas y que los caballeros franceses, que no quieren jugar el papel de defensores baratos del imperio español, abominan.

  La entrega de Viterbo a la Orden por parte de Clemente VII no reúne las condiciones necesarias de independencia y seguridad, y una gira internacional del Gran Maestre con vistas a recaudar fondos para la cruzada y conseguir la devolución de las posesiones incautadas, sólo obtiene un éxito muy relativo y temporal en Francia e Inglaterra. Europa tiene otras preocupaciones más acuciantes. En 1525, preso en Madrid Francisco I tras la batalla de Pavía, el Gran Maestre aprovecha el viaje de la duquesa de Aleçon para entrevistarse personalmente con Carlos V, y explicarle los motivos que dificultaban la aceptación de Malta y Gozo, ya que esta última entorpecía la defensa de la primera, y al lote se había añadido Trípoli, que no aportaba sino gastos, por las dificultades de abastecimiento y mantenimiento, y la distracción que supondría de hombres y cañones que debían emplearse en el esfuerzo principal. La visita resulta productiva: el Emperador parece comprender el deseo general de los Caballeros de reconquistar Rodas e incluso hace una importante donación con este fin, levantando las medidas coercitivas de expropiación de bienes de la Orden en Italia, aunque mantiene su oferta e incluso pretende, sin éxito, hacerla aceptar por la Orden en Viterbo a través del comendador don Pedro Fernández de Heredia, pese a no estar presente Villiers de l'Isle Adam.

  Regresado a Italia el Gran Maestre, las lenguas de España, Italia y Alemania apoyan el proyecto, obteniendo mayoría en 1527, pero las francesas lo vetan.

  La nueva guerra entre franceses y españoles impide ir más allá, no terminando esta situación hasta la Paz de las Damas en julio de 1529, dando lugar a la redacción de este texto, que los franceses seguirán boicoteando. Urgía por lo tanto la entrega inmediata y reducir al máximo las formalidades. Por ello, y para "mejor facilitar la ejecución de todas estas cosas", Carlos V salva "todos los defectos que se puedan hallar en las presentes y queremos que sean ejecutadas a pesar de todas las oposiciones que se les pueda hacer, las cuales Nos derogamos en virtud de nuestro pleno poder y autoridad real".

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