Los medios navales de la Orden
Las naves de guerra melitenses han sido
diversas a lo largo de su historia mediterránea; sin
embargo, un tipo concreto ha durado seis siglos sin sufrir
grandes transformaciones: la galera. Junto a éste otros
barcos más redondos, mejor artillados, y de más
alto bordo, se fueron sucediendo en el tiempo: la carraca,
el galeón, la nao o nave, y más tarde el navío.
Coexistieron también con otros buques menores, parientes
tipológicos de las galeras, como la galeota, la fusta,
el bergantín de remos, y también el jabeque
dieciochesco.
Desde el momento en que se constata históricamente
la existencia de una flota sanjuanista, propia y no simplemente
alquilada para el transporte y protección de peregrinos
a Tierra Santa, y que viene a coincidir plenamente con su
etapa rodiana, cuando la insularidad de su nuevo territorio
lo viene a exigir, hasta el fin el poder temporal de la Orden,
la Marina melitense se ha caracterizado por dos circunstancias
que se compensan y que aparecen inalterables durante cuatro
siglos: la escasa entidad numérica de unidades a flote
por una parte, impuesta por la propia dimensión demográfica
de sus territorios, el número de caballeros y su dispersión
por toda Europa, y por otra la gran calidad de los medios
y dotaciones empleados que viene a compensar a la anterior.
Pocos, pero los mejores, parece en todo momento
ser el lema de las naves y marinos de la Religión,
y viene a aplicarse tanto a los barcos y su armamento, como
a sus usuarios.
Serán la sede y la misión las determinantes
del tipo y los efectivos principales. Rodas, en primera línea
frente al turco, en un mar hostil
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y muy alejada del Mediterráneo
occidental, fuente de sus recursos, comercio y socorro, tenía
como prioridad su propia supervivencia y necesitaba de grandes
barcos redondos con dos características concretas: gran
capacidad de carga con que abastecer de suministros con el mínimo
riesgo, y gran poder defensivo y artillero. En este momento
dispondrá del mejor buque de estas condiciones de todo
el Mediterráneo, la carraca "Santa María"
en la que, cuando todo esté perdido y la isla conquistada,
podrán sin embargo escapar sin peligro hacia Italia,
el gran maestre, los caballeros y soldados supérstites
y el tesoro de la orden, sin que ninguna nave otomana les pueda
cerrar el paso.
La carraca es el gran buque propiamente de
guerra de los siglos XIV y XV; no se trata de un mercante armado,
sino de un gran buque dotado de notable poder artillero basado
en lombardas gruesas y otras piezas menores falconetes y esmeriles,
y de los últimos inventos bélicos de la época.
Dispone de dos superestructuras, a proa y
popa: el castillo y el alcázar, que, como en las fortalezas
medievales, facilitan la defensa. En sus parapetos y batayolas
se apostan, como, en las almenas de un castillo, los arqueros
y ballesteros; en sus cofas se colocan los más diestros
tiradores y lanzadores de piedras y artificios de fuego al objeto
de dominar las gavias del buque enemigo. Unos aparejos a modo
de grúas pueden transportar a los combatientes a la arboladura
enemiga, y, a proa, unos garfios permiten aferrar y aproximar
a la nave enemiga para someterla al fuego y al abordaje propios.
Arbolan tres palos (mayor, trinquete y mesana)
y a veces hasta cuatro. Los portugueses pronto adoptarían
este tipo, trasladándolo |