Rodas era oficialmente un dominio del emperador de Bisancio, pero éste dejaba entender claramente que no sería opuesto a una eventual ocupación por parte de los Jerosolimitanos. Además la isla suscitaba hace ya tiempo la atención de los musulmanes y muchos núcleos sarracenos estaban tomando posesión rápidamente. Se trataba, en definitiva, de emprender una acción contra el eterno enemigo de la Cruz que amenazaba con apoderarse de un importante punto de apoyo.

Folco de Villaret decide la gran aventura y comienza los preparativos para alistar un flota compuesta de naves de la Orden y genovesas. La expedición se la estudia en Chipre, pero se la organiza en Italia. Y es de Bríndissi que zarpan las naves haciéndose a la vela hacia la isla en la que se detienen para embarcar todo el personal con equipajes y enseres de todo género. Una operación que presenta problemas logísticos bastante complejos, porque a más de lo que había sido transportado desde la Tierra Santa, los Juanbautistas habían permanecido en Chipre por un tiempo y después de la pérdida de la Palestina mucho material había llegado de todos los Comandos de Europa. Lo que estaba por iniciarse era, además, una empresa que no admitía reflexión y que debía ser conducida con el máximo de la prudencia pero, al mismo tiempo, de determinación.

Al iniciarse el verano la escuadra se aproxima a Rodas y los Caballeros comienzan las operaciones. Para completar la conquista serán necesarios algunos años, pero el 15 de agosto de 1310 flamea ya en toda la isla el rojo estandarte de la Religión. Para la Orden de San Juan es el inicio de uno de los períodos de mayor esplendor y gloria.

Superados los primeros momentos de dificultad, los Caballeros encuentran en Rodas la tierra ideal. La disponibilidad y la cordialidad de los habitanbtes, el clima y la posición geográfica facilitarán su retorno a la vida.

La Orden demuestra bien pronto la cualidad que en Palestina no había acertado a manifestar del todo y también desde el punto de vista cultural, bien distintos serían los intereses con respecto a aquellos cultivados en Tierra Santa. Obligados a defenderse continuamente, los Grandes Maestros supieron suscitar en torno a su nueva patria notables atenciones, concientes de la necesidad de hacer de la Sacra Milicia la expresión concreta de una cruzada que no recurría solamente a las armas para sostener principios e ideales.

Rodas se volvería un punto de referencia de primera importancia y sería siempre el centro de dos diversas consideracionbes.

Para las potencias europeas constituirá esencialmente una base militar de gran relevancia estratégica, mientras que para la Iglesia y el mundo cristiano será la vanguardia de una esperanza: mientras la bandera de la Cruz blanca sobre campo rojo flameara sobre aquella tierra, el sueño de un retorno a Palestina no debía considerarse del todo desvanecido.

Situada entre Oriente y Occidente, la isla representa también, desde un punto de vista romántico, el escenario de una época. Es la nueva patria de los últimos soldados de aquella milicia de Cristo, que de la cruzada logran todavía actualizar y profundizar el contenido religioso y político.

El Hospital se vuelve en breve tiempo una potencia marinera y no pudiendo encontrar en el número de naves la propia fuerza, confía en la calidad de los barcos y en el arrojo de los capitanes y de las tripulaciones, el secreto de su éxito.

El interés por el mar venía de una época precedente al establecmiento en Chipre. Disponer de un navío proprio fue una exigencia advertida en los últimos años de la permanencia en Tierra Santa, sobre todo después de la transferencia del Hospital a Acre convertido, en aquella fase de las hostilidades, en puerto de gran importancia estratégica más que mercantil. Debe considerarse, además, que la propia evacuación, efectuada en condiciones difíciles, resultó posible solo gracias al empleo de una eficiente flotilla.

Con la clarividencia que es una característica constante de su historia, los Jerosolimitanos habían afrontado de tiempo ha el problema de la presencia en el mar y la primera noticia de embarcaciones de su propiedad se tienen ya en el 1230. Aquel que, muy probablemente fue el primer navío armado de la Orden se llamaba Comptesse y podía transportar hasta 1500 hombres a más de la carga. A bordo estaba prevista la presencia, a más de la tripulación y de la gente para el remo de tres Caballeros: el capitán, el comendador de la nave y un tercero al que se confiaba el abastecimiento.

La necesidad de disponer de naves de batalla nace con el traslado a Limassol, en la isla de Chipre. El deseo de no perder del todo los contactos con la Palestina y la esperanza de un retorno a aquella tierra fueron, en un principio, las razones de una decisión que sugeriría después una nueva estrategia a los Caballeros de San Juan.

Y no obstante las muchas dificultades, el desarrollo de la marina debe haber sido bastante rápido, pues en el 1299, a pocos años de la caída de Acre, se encuentra mencionado en los reglamentos el cargo de Almirante.

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