Al alba del 23 de mayo de 1480, ciento sesenta naves hacen su aparición frente a Rodas y cien mil hombres desembarcan rápidamente, arrastrando un número nunca visto de cañones. Se inicia así uno de los más grandes asedios de la historia.
El Gran Maestro Fray Pedro d'Aubusson ha previsto con tiempo los movimientos del enemigo y ha ordenado la movilización de todas las fuerzas a su disposición. Ha enviado mensajeros a los príncipes europeos con el pedido de hombres y medios, pero ha obtenido solamente promesas y respuestas evasivas. La única ayuda le ha traído un italiano, Benedetto della Scala que comanda un contingente de hombres armados por su cuenta. Con él está también el hermano del Gran Maestro, Antonio d'Aubusson.
Los turcos no pierden tiempo. En intento de desmoralizar a los rodesinos, acometen también el poblado con una verdadera lluvia de proyectiles, pero los refugios para proteger a los niños, los viejos y los enfermos han sido preparados con mucha anticipación. El 24 de mayo, concluído el maciso bombardeo, los comandantes ordenan el primer asalto. Están convencidos de que darán rápida cuenta de los asediados, pero la tenacidad de los Jerosolimitanos desmiente las fáciles previsiones del sultán y el asedio se prolonga por dos meses. El 27 de julio los musulmanes desencadenan aquello que en sus planes debía ser el ataque definitivo. Más de 3500 proyectiles han caído sobre la ciudad en el curso del cañoneo que ha durado semanas y que ha reducido algunos puntos de la cinta amurallada a un montón de ruinas.
Y es contra aquellos pasos que el comandante de la infantería, el renegado Nisha Paleólogo, emplea sus mejores tropas: 2500 genízaros y otros miles de soldados circundan la Torre de Italia y plantan en las escarpas la bandera del profeta. Todo parece perdido, pero la reacción es inmediata. Guíados del Gran Maestro, los Caballeros afrontan en un cruento cuerpo a cuerpo al enemigo que finalmente, se ve obligado a retroceder. No obstante las numerosas heridas recibidas, Fray Pedro d' Aubusson no se cansa de exhortar a los suyos a rechazar a los adversarios que vuelven nuevamente a la carga.
Una sangrienta jornada cuyo éxito, junto con la noticia de un inminente arribo de refuerzos, induce al Pachá Paleólogo a renunciar a la empresa. La insolencia musulmana se ha estrellado contra aquella pequeña isla. Europa puede mirar con renovada esperanza a la Sacra Milicia, como el único baluarte contra el Islam. Mahometh II debe admitir amargamente que un puñado de hombres ha logrado batir al imperio de los Onsmalli. Una derrota de la cual no logará nunca resignarse y que será recordada sobre su tumba, en la cual hará escribir: "Deseo conquistar Rodas e Italia".
Al día siguiente de la victoria los Jerosolimitanos se ponen nuevamente a trabajar para reconstruir la ciudad y los muros desvastados por la artillería. Su misión es la de combatir contra los infieles y saben que las oportunidades no faltarán.
Por deseo del Papa Alejandro VI, entre 1499 y 1503 se consttituye una liga de la cual hacen parte Francia, España, Portugal y Venecia. La Orden une sus galeras a las naves de la armada cristiana: grandes los proyectos, loables las intenciones pero moderados los resultados y, finalmente, será dejada sola a afrontar al eterno adversario.
Convencidos de sorprender a los Jerosolimitanos, los turcos intentan nuevamente en 1503. Esperan aprovechar de la sorpresa, pero la inmediata respuesta les obliga a retirarse con grandes pérdidas.
En Europa, en tanto, las luchas continuas entre varias naciones terminan por inducir a algunos estados a rever sus propias posiciones en la confrontación con el Islam y, en varias ocasiones la Francia cristiana estrechará alianza con los turcos. Aún Venecia, preocupada por su comercio, mantiene relaciones con Constantinopla y censura, a través de sus embajadores, la obstinada voluntad de los Caballeros de oponerse al superpoder musulmán en el Mediterráneo, considerando exagerada cierta preocupación suya acerca del peligro de una eventual ofensiva contra el Occidente.
Pero en 1520 sube al trono de los Onsmalli Solimán II, un joven ambicioso y genial: para Europa será el Magnífico, para el Islam el Legislador, para los Hospitalarios un enemigo despiadado. Tiene ideas claras y su primer paso es el de conquistar Belgrado: dueño ya de Hungría puede amenazar fácilmente Europa por vía terrestre. El otro baluarte cristiano está en el mar: los Juanbautistas no le permiten consolidar la supremacía de su flota y por tanto serán eliminados. El destino del Hospital está decidido: Solimán ordena a sus generales atacar.
La noticia no sorprende al Gran Maestre Fray Felipe de Villier de l'Isle Adam que dispone en total de seiscientos cofrades religiosos y 5000 hombres. Presintiendo el peligro ha enviado pedidos de ayuda a todos los soberanos católicos, pero ninguno se ha manifestado dispuesto a proporcionar refuerzos.
La Orden está sola frente al imperio otomano. En vano el Papa Adriano VI exhorta a los príncipes a acudir en socorro de los Jerosolimitanos. Sus llamadas quedan inescuchadas, mientras sobre la última fortaleza cristiana está por abatirse una tempestad de fuego.
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