Todo hace considerar plausible la hispótesis de algunos observadores, según la cual Malta podría constituir un falso objetivo mientras la armada musulmana estaría en realidad por hacerse a la vela hacia Italia.

Cualesquiera que fueran las inmediatas intenciones de Solimán, era en todas formas cierto, que caída la isla de los Juanbautistas, ellos volverían sus miras hacia la península.

Los ruegos de Pío IV permanecieron inescuchados. En el consistorio del 23 de febrero de 1565, el Pontífice se dirige con acento acongojado a los embajadores a fin de que hagan conocer a los respectivos soberanos la gravedad de la situación. Pero aún esta solemne y oficial exhortación no lleva a ningún resulltado mientras los eventos se precipitan.

Poco después, en la mañana del 22 de marzo, sobre el muelle principal del Cuerno de Oro, Solimán el Magnífico recibe el homenaje de la mayor armada que nunca hubiera puesto en el mar en el curso de su larga carrera de caudillo. Antes de embarcarse, millares de hombres le juran fidelidad hasta la muerte y en las capitales europeas alguien comienza a pensar que se ha sobrevaluado la amenaza que proviene del Oriente.

Pero si bien los gobiernos de las potencias cristianas se desinteresaron del peligro, los detalles acerca de la inminencia del ataque eran conocidos de tiempo hace por Juan Parisot de la Vallette, cuadragésimo nono Gran Maestro de la Religión. Nacido en Tolosa en 1494 de antigua y noble familia provenzal, este valeroso soldado ha dedicado la vida al ideal juanbautista y ha sido protagonista de algunos entre los más importante sucesos de la Orden. Caudillo de gran experiencia, está considerado como uno de los más audaces de su tiempo. Político atento y sagaz, ha mantenido relaciones con todos los soberanos europeos, aun no siendo factible el proyecto, tantas veces discutido, de una alianza entre los estados cristianos que afronte al común enemigo de manera radical. Cree menos aún en la posibilidad de que alguien venga a ayudarle a él y a sus compañeros en el momento de peligro. Tenía 28 años cuando vivió la dramática experiencia del asedio en Rodas . Está convencido de que de Europa llegarían naves y armas para socorrer a los Caballeros empeñados en una batalla combatida en nombre de toda la Cristiandad. Pero pasan los meses y ninguna vela aparece en el horizonte, mientras día a día ve morir a sus compañeros. Una desilusión que influirá mucho en su ánimo: la indiferencia de Occidente ha mortificado su espíritu caballeresco, induciéndo a dudar de la promesa.

Este es el hombre que Solimán tiene al frente. Mientras escruta el mar desde el fuerte San Elmo, el viejo Gran Maestre torna con el pensamiento a los sufrimientos padecidos, a las humillaciones soportadas, a las victorias logradas en nombre de la Sacra Milicia. El encuentro en el cual está por entregar todos los residuos de energía es el último de su vida. Y es esta certeza la que le vuelve invencible. No obstante los esfuerzos, le ha faltado el tiempo para transformar Malta en una fortaleza imposible de tomar, pero ha dispuesto lo necesario para hacer lo más ardua posible la conquista.

Si puede haber algo de pesadumbre por el estado de las obras militares, Juan Parisot de la Vallette está, empero, satisfecho de su servicio de información. Hace tiempo, en efecto, había enviado a Constantinopla a algunos Caballeros con el encargo de proporcionarle continuas informaciones acerca delos movimientos y las decisiones de Solimán. Verdaderos y propios agentes secretos, aquellos hombres se han demostrado de gran utilidad no solo para asegurar noticias, sino para dar audaces golpes de mano.

Y el 19 de enero de 1565, el Gran Maestre recibe un despacho con el anuncio de que la expedición contra la isla está ya decidida para la primavera. La hora tan esperada ha llegado y Juan de la Vallette envía al Gran Prior la orden de movilización de todos los hermanos en estado de combatir. Sabe que no recibirá ayuda y que podrá contar solo con su gente.

En la mañana del 18 de mayo, cuando un disparo de cañón disparado del Fuerte San Elmo anuncia el arribo de la flota enemiga, sobre los muros hay cuatrocientos setenta Juanbautistas, mil seiscientos mercenarios italianos y españoles, cinco mil soldados de la milicia maltesa, ciento veinte artilleros y sesenta y siete sirvientes de las piezas. En el bando opuesto quinientas naves y cuarentamil hombres. Las fuerzas de tierra están a las órdenes de Serraschiere Mustafá, mientras la flota está comandada por el almirante Pialí. Entre los dos no corre buena sangre y de su desacuerdo surgirán diversas ventajas para los asediados.

Los turcos, según parece, no quieren perder tiempo. Después de una serie de incursiones en varios sectores de las fortificaciones, deciden embestir San Elmo. Piensan que caída aquella plaza fuerte, toda la isla estará en sus manos. Un grave error de planteamiento estratégico, porque la conquista de la fortaleza costará pérdidas gravísimas y no comprometerá el resto de la defensa.

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