Desde la primera fase del asedio, parece claro que los musulmanes tienen confianza sobre todo en el número y la fuerza desvastadora de su artillería. Veintiséis días durará el bombardeo del fuerte Elmo. Una martillante lluvia de proyectiles interrumpida, de tanto en tanto, por tanto inútiles cuanto sangrientas tentativas de escalada.

El asalto general fijado para la mañana del 16 de junio, se pospone por siete horas. Miles de genízaros tientan arrollar a un puñado de hombres que se opone a su furia, pero los Caballeros rechazan por dos veces al adversario, obligándole a replegarse dejando sobre el terreno más de mil muertos. Pero también los Juanbautistas están también al extremo.

Otra jornada de cañoneo y el 22 de junio el enemigo prueba de nuevo.En la desesperada tentativa de alcanzar el alto de los muros, los turcos emplean centenares de largas escalas por las que trepan estimulados por el ensordecedor redoble de los tambores y por las incitaciones de sus jefes.

Pero aunque torturados por el calor, la sed y las heridas, los defensores logran rechazar al enemigo embistiéndolo con una avalancha de piedras y de fuego. "No hay municiones y no hay Juanbautista que no esté herido", cuenta un soldado que logra llegar hasta el Gran Maestro, atravesando a nado un brazo de mar.

El 23 de junio, vigilia de San Juan, Patrono de la Orden, es el día de lanzar una nueva ofensiva. Los pocos Jerosolimitanos supérstites se confiesan unos con otros y se dan la comunión. Conocen su propia suerte: nadie puede acudir en su ayuda y es inútil esperar la piedad del enemigo.

El último duelo tiene lugar en el umbral de la capilla. Un encuentro que dura pocos minutos. Luego, masacrado el último adversario, los otomanos plantan sobre las ruinas de la fortaleza, los estandartes de la Medialuna. El baluarte mejor fortificado de toda la isla está en sus manos ¡Pero a qué precio! Para doblegar la tenacidad de los Juanbautistas han sido necesarios treinta días de combate, 18 mil disparos de cañón y la vida de seis mil genízaros. Pesada también la pérdida de la parte cristiana. Ciento veinte caballeros y mil quinientos soldados han caído.

Pero toda la isla está todavía por conquistar y el heroísmo de los defensores de San Elmo ha galvanizado a los otros soldados de la Cruz. El 30 de junio seiscientos hombres, comprendidos cuarenta y cuatro Caballeros, llegan de Sicilia. Poca cosa en relación al número de los enemigos, pero su arribo sirve para levantar los ánimos.

Sería largo referir y detallar los innumerables actos de heroísmo y las empresas cumplidas por los Jerosolimitanos durante los interminables meses del asedio. Su determinación y su coraje sirvieron para salvar a la cristiandad y a la civilización occidental. Hombres provenientes de diversas naciones , dan a la Europa, desunida e incierta, el ejemplo de cuán importantes son la fe y un común ideal. En Malta no se estaba desarrollando una de las tantas batallas entre cristianos y musulmanes, sino que se hallaba en juego el prestigio militar de los dos bandos. Una partida decisiva entre la Cruz y la Medialuna.

El 15 de julio Mustafá lanza un ataque en grande estilo. Espera haber debilitado, con un enésimo interminable bombardeo, la voluntad de los adversarios y cuenta,una vez más, con la aplastante superioridad numérica de los suyos. Pero los hombres de la Sacra Milicia logran en cambio resistir, mientras los turcos parecen perder, conforme pasan los días, la habitual arrogancia y la seguridad de volver a la patria vencedores.

Nuevas tentativas de doblegar a los asediados tienen lugar el 2 y el 7 de agosto pero, no obstante las pérdidas, los cristianos, sostenidos por las exhortaciones y el ejemplo del infatigable Gran Maestre, tendrán todavía, una vez más, la mejor suerte.

Mustafá no se resigna . Durante todo el mes de agosto su artillería vomita ráfagas de proyectiles contra los puestos enemigos y la mejor infantería turca se deja masacrar sin obtener ningún resultado. Furioso y desesperado el Comandante de la armada otomana se juega sus últimas cartas. Su gente está ya desmoralizada y agotada. Y mientras de Sicilia llegan noticias del inminente arribo de refuerzos para los asediados, el tiempo se pone feo. El Almirante Pialí sostiene que el verano está por terminar y que una borrasca imprevista podría sorprender a la flota fondeada en un mar erizado de escollos. El 23 y el 30 de agosto las últimas tentativas por conquistar el corazón de aquella isla, sobre cuyas playas Mustafá estaba seguro de concluir triunfalmente su carrera de caudillo.

Todo esfuerzo resulta vano. Embarcado el ejército, diezmado y humillado. Los comandantes dan orden de hacer a la vela hacia Constantinopla donde les esperan la ira y la venganza del sultán. El 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen y en las aguas de Malta está por llegar aquello que será recordado como el Gran Socorro.

Sobre los muros reducidos a un montón de ruinas, flamean los estandartes de la Religión, mientras se concluye una de las páginas más gloriosas de la historia del Occidente cristiano. Los Caballeros de San Juan de Rodas y de Malta no han derrotado a la armada del Islam, sino que han humillado la fanática certeza de superioridad de un imperio.

Unos cuantos días más tarde, Juan de la Vallette preparará otro golpe contra Solimán. Los agentes secretos, los mismos que le habían tenido constantemente informado de los movimientos del adversario, incendian el arsenal de Constantinopla, una empresa que desmoraliza al viejo sultán, que se siente amenazado hasta en la capital de su proprio reino.

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