En Malta
rida, pedregosa, casi privada de vegetación, Malta pone de inmediato a dura prueba la tenacidad y el espíritu de sacrificio de sus nuevos propietarios. Modestos los recursos naturales, mediocres las condiciones de la defensa. El primer balance que los Juanbautistas se ven obligados a hacer de su nueva patria es descorazonador, pero durante los dos siglos de permanencia en Rodas han adquirido una mentalidad marinera e insular y la larga experiencia no deja de sugerir soluciones a los numerosos problemas.
Unico elemento positivo, las condiciones de la costa: dos ensenadas muy amplias y profundas pueden recibir numerosas naves de notables dimensiones y tonelaje. Dos puntos que se hallan de inmediato en capacidad de ofrecer un refugio más adecuado a la flota, permitiéndole maniobrar con facilidad. Una cuestión determinante la que se refiere a los navíos de guerra , si se considera que, sobre todo en los primeros tiempos, también la defensa de la isla será confiada a la escuadra porque, en caso de ataque, las fortificaciones disponibles no constituirían un obstáculto consistente.
Inumerables las empresas cumplidas en los años que siguen. Un período durante el cual la Orden parece adquirir siempre más conciencia del papel que está llamada a desempeñar y las acciones de sus capitanes van a enriquecer la historia no solo por la importancia militar de un episodio en particular, sino porque testimonian cuán constante ha sido el empeño de todos sus miembros en el cumplimiento de sus obligaciones institucionales.
Desde los primeros meses se había comenzado a trabajar sin descanso y si desde un punto de vista estratégico la isla tenía una posición de gran valor, pese a los esfuerzos que se habían hecho no se alcanzaba a fortificarla del todo. Era de maravillarse que los turcos no hubiesen hecho hace tiempo su base y la única respuesta plausible a tal consideración, era la absoluta convicción de la Medialuna de no tener rivales en el Mediterráneo. Inútil, por tanto, comenzar una empresa tan costosa y compleja como aquella que los Jerosolimitanos se estaban preparando a cumplir.
El 21 de julio de 1547, mientras las naves se hallaban ocupadas en una misión, el corsario Dragut, uno de los más hábiles y temibles capitanes turcos, impulsa su audacia a desembarcar en la isla con un grupo de soldados y a capturar trescientos malteses. Difícil establecer si se trató de un gesto de coraje o de una acción demostrativa. La empresa de Dragut estaba en cualquier forma indicando que, aunque empeñado en aquellos años en conquistar Europa del Este, el Islam no renunciaba a considerarse dueño del Mediterráneo y a advertir al eterno enemigo que Malta se convertiría en objetivo contra el cual habrá pronto de volver su artillería.
Muchos otros pasos, con los cuales Solimán y sus almirantes dejaron claramente entender fue que, tarde o temprano, también Italia entraría en su programa de conquista.
En 1550 Massa y Sorrento son asaltadas y saqueadas y varias veces en los años sucesivos, naves musulmanas remontan la corrientes del Tíber, avanzando hasta casi las puertas de Roma.
Pero en los primeros meses de 1564 las noticias que llegan de Constantinopla indican que Solimán está a punto de lanzar su armada en una grandiosa empresa. El viejo sultán posee un imperio inmenso, pero tiene ahora un proyecto que realizar: conquistar Roma, la capital de la cristiandad. Un sueño que no osa confesarlo ni a sí mismo, pero que lo obseciona hace tiempo. Y entre la manzana roja como llaman los turcos a la Urbe y su cimitarra, hay ya solamente la isla de los caballeros: una base de la cual los Juanbautistas pueden hacer salir sus naves para cumplir veloces y mortíferas incursiones. Una armada que tuviere por objetivo Italia no podría dejar a la espalda aquella base, sin correr el grave riesgo de ver cortados sus reabastecimientos. Una fortaleza que será, pues, conquistada: una ocasión para eliminar de una vez por todas, a los Jerosolimitanos.
Incapaces de llegar a un acuerdo, permanentemente divididos por intereses y celos de varios géneros, las potencias cristianas no escuchan las exhortaciones del papa Pío IV que expresa muchas veces y con energía, su preocupación ante el inminente peligro.
El esfuerzo organizativo que el imperio turco está afrontando es excepcional y demuestra que Constantinopla está preparando una guerra larga y difícil. En las diferentes regiones del imperio se efectúan grandes reclutamientos y las cifras acerca de las naves en preparación son impresionantes.
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