La Orden de Malta es una Orden religiosa desde 1113, año de su reconocimiento por parte del Papa Pascual II. Como Orden religiosa está ligada a la Santa Sede, pero al mismo tiempo es independiente como ente propio de Derecho Internacional.
El carácter religioso de la Orden convive, por tanto, con su plena soberanía. El Gran Maestre es al mismo tiempo cabeza de un Estado soberano y cabeza de una Orden religiosa; en virtud de esta segunda condición, la Iglesia le atribuye el rango de cardenal.
La Orden de Malta, según el Derecho Canónico, es una Orden religiosa laica. Algunos miembros de la Orden son freires, que han profesado los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; otros miembros han hecho una promesa de obediencia; mientras la mayoría de los Caballeros y de las Damas son laicos. El Gran Maestre de la Orden es elegido entre los Caballeros Profesos con votos perpetuos.
Las ocho puntas de la cruz, símbolo de la Orden, hacen referencia a las ocho Bienaventuranzas y nos recuerdan visiblemente su espiritualidad.
Los miembros de la Orden, en base a la Carta Constitucional, se comprometen a tener una conducta cristiana, ejemplar en la vida privada y pública, contribuyendo a mantener viva la tradición de la Orden.
Según las normas de la Carta Constitucional, el Papa nombra como representante suyo ante la Orden a un cardenal que, con el título de Cardenal Patrono, tiene la función de promover los intereses espirituales de la Orden y de sus miembros y de ocuparse de las relaciones con la Santa Sede.
Otra prorrogativa del Pontífice es la de designar al Prelado de la Orden entre una terna de candidatos propuesta por el Gran Maestre. El Prelado es el superior eclesiástico del clero de la Orden.
La Orden permanece fiel a los principios que inspiraron su fundación: la defensa de la Fe y el servicio a los necesitados. Sus miembros combinan vocación y compromiso con la solidaridad, la justicia, y la paz, basándose en la enseñanza de la doctrina evangélica, en estrecha comunión con la Santa Sede, ejerciendo una caridad dinámica y operativa, sustentada por la oración. No se es Caballero o Dama sólo por privilegio de nacimiento o por méritos adquiridos, sino por haber sabido responder a la invitación de trabajar allí donde surgen necesidades materiales y morales, allí donde se encuentre el sufrimiento.
Donde quiera que se asentaran los Caballeros, lo primero que hicieron siempre fue establecer un hospital y una hospedería y, si era necesario, fortificaciones defensivas. ¿Qué significa ser hospitalario hoy en el tercer milenio? Significa dedicarse a aliviar el sufrimiento y llevar el consuelo de la caridad cristiana a los afligidos donde sea necesario, no solamente en hospitales sino también en casas particulares, en hospicios, en los hogares pobres de la población desheredada. El compromiso no atañe solo a los enfermos, sino también a los marginados, a los perseguidos, a los refugiados, sin distinción de raza o religión.
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